Inmortalizando la espiral dejo discurrir mi pluma libremente: ‘Je parle au papier…’
A cada letra escrita me responde una lágrima que en vertical sinfonía inventa el espacio.
Según se deposita y a su contacto con el papel, lentamente cada lágrima se transforma en contrafuerte, cúpula y minarete. ¡Brillante mosaico de hacedores enmascarados! ¿Alguien los ve? ¿Alguien los presiente?
A veces mi aliento, en tácita complicidad, interviene y desplaza las gotas, juntándolas de manera que también su poesía se haga sentir.
Temblando, dejo de llorar, pero mis lágrimas ya son agujas que se me clavan.
Observo mi creación, y desafiante le doy el nombre de Santa Sofía.
No supo oír la polifonía de voces propias y ajenas.
Murió antes de entender por qué lloraba…