CUENTOS AFRICANOS PARA NIÑOS Y MAYORES. La transmisión oral.

 

Ana Herreros recuerda que una vez le preguntó a un campesino que ejercía de bibliotecario si ellos les contaban cuentos de niños a los niños, a lo que el hombre respondió: "Si se cuentan cuentos para niños cómo iban a aprender a ser adultos. En África no se cuentan cuentos a niños, se cuentan los adultos unos a otros y los niños están y escuchan a sus mayores", reproduce Herreros. "Así aprenden a transitar por lugares por donde han de transitar cuando sean adultos. Esto era y es la función de los cuentos tradicionales en nuestra cultura y es exactamente lo mismo que pasaba en España hace 50 años", concluye.

"En África no se cuentan cuentos a niños, se cuentan los adultos unos a otros y los niños están y escuchan a sus mayores. Así aprenden a transitar por lugares por donde han de transitar cuando sean adultos. Ésto era y es la función de los cuentos tradicionales en nuestra cultura y es exactamente lo mismo que pasaba en España hace 50 años", concluye Ana Herreros. 

 

La tortuga y el leopardo

 

La tortuga iba caminando despacio por el bosque, tan despacio iba que daba un pasito a la izquierda, y siete años después daba otro pasito a la derecha. A pesar de ir tan despacio, un día la tortuga cayó en un agujero y dijo:

—“Esto me pasa por ir tan deprisa. ¿Dónde he caído yo? Acabo de caer en un agujero, es decir una trampa. Me han puesto una trampa. Tengo que salir de aquí”.

Cuando la tortuga buscaba la manera de salir del agujero, de repente cayó dentro un leopardo. Y la tortuga dijo:

—“Por lo menos ya somos dos”.

Después, ella se quedó pensativa, y se acercó al leopardo y le dijo:

—“Tú leopardo, ¿qué haces en mi casa? ¿Tú no sabes que este agujero es mi casa? ¡Has entrado en mi casa sin permiso! ¡Fuera de mi casa! ¡Vete ahora mismo!”

El leopardo pensó:

“Yo soy el leopardo, soy más grande, y soy más fuerte. No puedo permitir que una simple tortuga me amenace”.

Y furioso, el leopardo se lanzó sobre la tortuga, la levantó y la lanzó fuera del agujero. La tortuga siguió caminando despacito como siempre.

Fin.

 

Esta es una fábula que me contaban de pequeño, y que yo suelo narrar ahora por el mundo", dice el cuentacuentos camerunés Boniface Ofogo. "Son historias que aprendí apenas empiezas a hablar, y en gran parte están basadas en el mundo animal, en dar a los animales características de los seres humanos. Muchas son fábulas. Por ejemplo, la tortuga es paciencia y sabiduría, el león es el poder, la liebre simboliza la astucia y la inteligencia igual que la araña, y el cocodrilo es la fuerza bruta y tonto", añade Ofogo, que transmite ahora las historias de su continente por Europa y Latinoamérica. "He estado en todas las provincias de España contando lo que aprendí", remarca simpático.

El formador, criado en una aldea de Camerún, encuentra peculiaridades entre las historias africanas para los niños y las europeas. "En África apenas se diferencian las narraciones para menores o adultos, todas son aptas, tienen una profundidad increíble y si acaban mal, acaban mal, no son falsamente ingenuas o han pasado por el filtro de la moral cristiana y burguesa. Si hay que morir se muere. La muerte está presente en la vida del niño africano. No se oculta. Yo escuché estas historias de pequeño y no estoy traumatizado", ejemplifica.

 

Por qué el conejo tiene los ojos rojos y saltones

 

El conejo y la serpiente eran amigos, y un día el conejo le dijo a la serpiente: 

—"Oye, amigo, vamos a hacer un juego para ver quién gana".

—"Está bien, ¿y cómo es el juego?"

—"Vamos a mirarnos uno al otro sin cerrar los ojos. Quien cierre los ojos pierde".

—"De acuerdo, juguemos".

La serpiente y el conejo se pusieron el uno enfrente del otro y comenzaron a mirarse fijamente. La serpiente, cansada de tanto mirar y mirar, se quitó la piel y se fue.

El conejo, como veía la piel de la serpiente, pensaba que la serpiente seguía ahí, así que siguió mirando y mirando, y tanto miró que se le pusieron los ojos rojos y se le salieron de las órbitas, y es por eso por lo que el conejo tiene los ojos rojos y saltones, y no los cierra ni para dormir. No vaya a ser que le gane la serpiente.

Fin.

 

Esta historia está recogida en el libro Cuentos del conejo y otros cuentos de la gente albina de Mozambique de la editorial Malas compañías y prosigue a otras dos ediciones tituladas El dragón que se comió el sol y otros cuentos de la baja Casamance y Los cuentos del erizo y otros cuentos de las mujeres del Sahara. "Los cuentos son la manera que la gente tiene de conservar su memoria, su identidad y su cultura y por esa razón les gustan tanto los cuentos etiológicos, que hablan del por qué y el origen de las cosas", explica Ana Herreros, de Libros de las Malas Compañías, que grabó cerca de 500 cuentos transmitidos de forma oral por los abuelos diolas en Senegal.

"La mayor parte de las lenguas que existen en África, que son miles, no se escriben. La literatura escrita es la de los conquistadores, los que hemos acabado con sus recursos naturales. Por eso me fui a escuchar a los abuelos y abuelas diolas y a grabarlos", detalla Herreros, que matiza que cuando uno de ellos decía kakongo kongo y los demás respondían ayambé, eso significaba que empezaba la historia.

Herreros recuerda que una vez le preguntó a un campesino que ejercía de bibliotecario si ellos les contaban cuentos de niños a los niños, a lo que el hombre respondió: "Si se cuentan cuentos para niños cómo iban a aprender a ser adultos. En África no se cuentan cuentos a niños, se cuentan los adultos unos a otros y los niños están y escuchan a sus mayores", reproduce Herreros. "Así aprenden a transitar por lugares por donde han de transitar cuando sean adultos. Esto era y es la función de los cuentos tradicionales en nuestra cultura y es exactamente lo mismo que pasaba en España hace 50 años", concluye.

 

(Fuente)