‘Contraportada’: encender la luna, apagar el sol, el mundo al revés en el que no parece lo que soy (*)
Es la letra de una canción que titulé así, ‘Contraportada’ y la escribí una noche después de mirar durante largo rato a través de la ventana. Había mucha niebla y aquellas luces de luna y farolas que la bruma se empeñaba en difuminar me llegaron como una imagen embrujada en la que nada parecía lo que era.
Y me puse a escribir.
Cuando al terminar leí lo escrito pensé en que así es también el hechizo de la escritura y ese cómplice espacio en blanco que me deslumbra y me seduce siempre.
Ese espacio que nunca me deja indiferente, esa tierra en barbecho que a veces me reclama y otras me pide que espere, ese tiempo y espacio lleno de ausencias que está ahí, entregándose desde un silencio que no siempre quiero escuchar.
A veces la vida del artista, mi vida, se me asemeja a un vacío y gigantesco círculo pintado en el suelo que lleno con mis pies. Entonces ya no son mis manos sino ellos los que van creando vida dentro de la órbita, con el paso del tiempo y de los sueños.
Siempre he sentido debilidad por esas pequeñas extremidades porque con ellas avanzo o retrocedo, para repasar y corregir, para olvidar de una vez, o recordar otra vez. Porque ellas son la conexión con los órganos de mi cuerpo al mismo tiempo que me conectan a la tierra si me olvido o simplemente quiero escapar. Me encanta acariciarlos y sobretodo, acariciar con ellos. Dar pequeños pellizcos y amasar la piel con sus juguetones dedos.
Cómo echo de menos aquellos años en los que andaba descalza a todas horas. El placer que era sentir la hierba, distinguir entre la gravilla y el asfalto, saltar sobre el charco o escapando del calor.
Sin embargo hubo un tiempo en el que también caí en la trampa y fueron víctimas de la moda, embutidos en unos zapatos verdugos, con unos tacones que parecen esforzarse en alejarte de una realidad que no deja de existir por mucho que te niegues a verla, con esa forma que se estrecha a conciencia justo donde el pie se ensancha; esa puntera empeñada en reducir los cinco dedos a uno solo, el del centro, como un gesto obsceno a la gravedad.
Pero a estas alturas de mi vida he logrado liberarlos. Liberar mis pies como parte de una identidad. Mi identidad, a la que también he conseguido liberar. Esa identidad que asoma vehemente, portadora de nuevas, gratificantes y a veces ásperas soledades.
Me siento una mujer afortunada por todo ésto y por muchos de los meandros que ha ido dibujando mi camino. Por aquéllos compañeros de vida que han percibido mi nombre entre la sombra y me han ayudado a proyectar un nuevo preludio. Pero sobre todo por los regalos que me trajo la noble década de los cincuenta que engrandecen los que ahora me aporta la reciente de los sesenta, un nuevo comienzo en el que presumo más con el placer que con la mortificación, y asumo la belleza franca en lugar de la impuesta; década en la que me identifico con la pasión y no con la desgana, con la autenticidad más que con lo fingido; que me resucita en una travesía donde me importa mucho más ser que parecer, y aún pareciendo, ser lo que sin reservas quiero; un viaje en el que, por fin, voy dejando de intuirme para buscarme y reconocerme… ¡Auténtica!
Matié, diciembre 2019.
(*)
'Contraportada', escrita para la puesta en escena de la obra 'Tocata y Fuga' (Teatro dell'Arte)