Se trata de un relato en el que una madre cuenta a su hija una historia de amor, la suya, que empezó a través de la inocencia, es mediatizada por un simbólico “unicornio” y finaliza con su otoño como mujer.
En el interludio y a consecuencia de ello, nace esa niña que al final del relato será, presumiblemente para la madre, quien ocupe su lugar y pase a protagonizar y reproducir dicha historia.
Aunque el relato se hace en primera persona, llama sin embargo la atención cómo parece que se trata en realidad de una reflexión de la narradora dirigida a su pequeña: “déjame que te cuente sin palabras”, “déjame que te hable en silencio”.
Todos los personajes, tanto el principal como los secundarios, se encuentran caracterizados con escasos pero acertados detalles que permiten identificarlos con claridad: por un lado la narradora, la protagonista, que al final del relato teme acabar siendo un personaje testigo, y por otro los secundarios: su hija, un incorpóreo ‘unicornio’ y Marcelo, el jardinero, al único al que se le identifica con un nombre. Respecto a los de la madre y la niña sólo y simplemente sabemos, porque así se menciona en un momento dado, que coinciden.
La historia se desarrolla en un círculo que rodea y envuelve a un triángulo estratégicamente definido, si bien la hija es presentada en actitud pasiva ya que toda la actividad que se le pretende atribuir forma parte de una sospecha imaginativa de su madre.
El factor tiempo nos lleva hábilmente a través del cuento mediante un balanceo de presente-pasado-presente-futuro, dando la sensación de un columpio en el que los hechos y los sentimientos se van meciendo en movimientos vertiginosos de ida y vuelta, de subida y bajada en torno a un eje simbolizado y común: el unicornio.
En cuanto al espacio en el que se desarrolla, no es vulnerado por ese factor tiempo pese a que transcurren dos generaciones a lo largo de la narración. Me transmite una sensación estática y de inmortalidad en el ambiente que se describe y en elementos clave como: el balcón, los rosales, los tejos y los alisos, los escalones por los que se desliza al galope la ansiedad y la inocencia, incluso el retrato cálido y emblemático de una madre y su hija.
Historia de, y en este orden: inocencia, picardía, amor, nostalgia, frustración, soledad y miedo, donde el principio acaba siendo el final de un nuevo inicio y cuyo término se presume en forma de sentimientos encontrados que, no obstante, no acaban de verse con claridad: ¿De qué tiene miedo la madre? ¿De que su hija le suplante porque las tardes doradas de verano se empiezan a cubrir de sombras para ella? ¿De que por esa razón, entre otras veladas, intuye que jamás volverá a ver el “unicornio”? ¿Por qué siento pánico? ¿Tal vez porque le aterroriza, desde una perspectiva maternal, que su hija sea víctima de un fatídico incesto, de un “amor sin reglas”? ¿Quizás porque se siente incapaz de evitarlo o, simplemente asume una aciaga resignación ante lo que parece algo insoslayable? O... porque Marcelo, que no parece envejecer ¿ya no la pretende ni la busca e intentará encontrar en su propia hija la inocencia que en ella ha tocado a su fin...? En cualquier caso, si ha existido por parte de la autora la intención de mandar un mensaje, éste llega velado, pero si lo que se pretende es dejar que cada uno saque sus propias conclusiones no cabe duda de que ofrece multitud de posibilidades.
La historia va cobrando fuerza a lo largo de todo su desarrollo, empezando por una escena apacible y que evoluciona sin sobresaltos pero creciendo hasta llegar a ese final crudo, enigmático y casi desesperante por la actitud última de la protagonista, con independencia de los hechos que final y sospechosamente puedan acontecer.
Es, después de todo, un trabajo muy interesante por la forma original y enigmática que se plantea, a pesar de tratar sobre un tema tan recurrente y manido en la literatura como es el amor.
Por último quiero destacar cómo sentimientos crudos y depravados son descritos de una forma melodiosa e incluso apacible, condicionando la perspectiva de los hechos, incluso, del lector. Es un contraste que asombra y conseguirlo como lo hace en esta ocasión la autora es una destreza que admiro en muchas ocasiones.