Quiero volver a Viena para llegar hasta el pueblecito y otros preciosos rincones que dejamos pendientes de visitar.
Para disfrutar del aperitivo del Vis a Vis, y las cenas en el Vapiano y el Zwölf Apostelkeller al son de violín y acordeón.
A sentarme en un banco de la plaza de la catedral y esconderme para 'preocuparos' un poco, sólo un poco... y mirar de reojo las escaleras mecánicas, lejos de vuestras jugarretas que tanto me 'sofocaron' y me hicieron reír después.
Volver para comer por fin una salchicha envuelta en 'digestiva' cebolla y 'saludable' salsa roja deslizándose por cada grieta.
Para pisotear el suelo 'enmoquetado' de cáscaras de cacahuetes del Weinorgel Barbetrebs, y no perdernos de nuevo en esa estación de autobuses donde un certero pálpito nos hizo salir corriendo (nunca sabremos por qué empezaron a llegar patrullas de policías segundos después)
Volver y ¡nunca más, jamás! andar once kilómetros diarios, pero recorrer, eso sí, el zoo de aquella veraniega residencia de la ¿triste? Isabel de Baviera y bajar corriendo por el bosque para encontrar el caracol más grande que he visto en mi vida.
Para sentarnos a comer en un banco frente al Hofburg, y con suerte no presenciar nuevamente cómo uno de nuestros pequeños pájaros invitados es atrapado por la astuta rapaz.
Echo de menos el patinete eléctrico aunque sólo sea por una escasa hora, a lo largo del Donau (Dan-Ubio. *) El paseo por el parque de las rosas, y saludar a Strauss en Am Stadtpark con una cerveza tan fría como el camarero.
Volver para regodearme de nuevo ante La Karlskirche y el Voklsgarten, sentir de cerca la Ópera y la amable, imponente y sobria Maria-Theresien-Platz después de un pequeño viaje por alguna que otra estación de metro, cuevas de gente extraña.
Echo de menos tumbarme a la 'orilla' de la fuente del Palacio Belvedere sin prisa, dibujando un cielo diferente, o volver a la embajada francesa para compartir la fascinación de Jon por su edificio y oírselo decir cada vez que pasa por allí.
Dibujarnos, divertidos, junto a los escaparates seductores de la noche y el lujo 'cristalino' de Kärntner Strabe.
Pero sobretodo quiero volver para vivirlo de nuevo y más, mucho más, con vosotros, Jon e Igone, el mayor tesoro de mi viaje.
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Broma que le gastó Jon a cierta persona cuando vio cómo ella se sorprendía por el intenso color verde de un río que atravesaba la ciudad, creyendo que se trataba del Danubio. (Importante recordar que en alemán el 'Danubio' se llama 'Donau')
- ¿Éste es el Danubio? -pregunta ella.
- Sí -contesta Jon.
- Es increíble el color verde del agua.
- Claro, de ahí viene Danubio.
- ¿Sí?
- Sí. 'Danu', significa rio y 'ubio' es una terminación que viene a significar verde.
- Ah, qué curioso...
Al día siguiente ella se lo contó a otra persona y cuando vio su cara... Sí, entonces se dio cuenta.
Es cierto que todas las formas de llamar al Danubio provienen de la palabra 'Danu' que significa 'río' o 'corriente', pero lo de verde... ¡Sólo se le ocurre a él! (Y sólo ella se lo cree, al menos hasta el día siguiente...)