Como siga así, las caminatas callejeras van a terminar con mi capacidad de asombro.
El otro día, una mujer de mediana edad recoge las cacas de su perro con la bolsita de plástico de turno, va a una papelera que estaba colgada de una pared -dato a tener en cuenta: la papelera no lleva bolsa de basura-, descarga toda la plasta allí y se guarda la bolsita en un bolsillo después de comprobar que estaba del todo vacía. Por su forma de actuar parecía algo absolutamente normal y rutinario en ella.
No doy crédito a lo que veo y como una 'metomentodo' sigo sus pasos y no me pierdo ningún detalle. Pienso incluso que igual tiene cierto tipo de trastorno... ¡Qué se yo! Pero desde luego no lo parece en absoluto.
Miro alrededor por esa mala costumbre de tratar de entender o compartir lo que nadie me ha pedido que entienda ni comparta y descubro un contenedor de plásticos, de lo que deduzco que lo mismo su intención -aunque rara- es reciclar la bolsita de marras. Pues no. ¡Ni de coña! Pasa de largo y continúa su paseo relajada con su perro, el envoltorio del 'mierdíl' a buen recaudo y el tufo pegado a sus entretelas.
Madre mía, madre mía...
Matié.