Aquel Encantador de serpientes me regaló una noche mágica, el más especial sueño que yo había vivido hasta entonces, y el amanecer me sorprendió entonando una canción de amor.
Más tarde el sol, sin que la luna se diera cuenta, me advirtió sagaz y vi cómo el Encantador silenciaba su música y emprendía de nuevo su marcha sin mirar atrás. Pero no quise una soledad llena de recuerdos; por eso decidí vivir mientras me sintiera viva y continué también mi viaje.
Soy feliz, le dije una tarde al sol, por haber aprendido de aquel sueño y en el próximo recodo seré yo la embrujadora, la que regale una noche de magia y amor. Y cuando luego reanude mi camino, sin tampoco mirar hacia atrás, sonreiré sabiéndome la hechicera del fuego y la llama del conjuro. Estaré orgullosa de ser la más fiel amiga de cada uno de mis amantes y la portadora de este envidiable bagaje.
Así escuchó también la noche al alba y así perfilé mi sendero.
Tiempo después, aquel mago al que ya no esperaba para reconocerme viva, me llamó de nuevo. En cada amanecer, al despedirle, se sintió privilegiado por lograr el regalo de una noche mágica de amor. Y como tantos otros, bailó al son de la Encantadora, la poderosa Encantadora de serpientes que un día creyó tener a sus pies.