Desde muy pequeña sonaba en la casa de mi Bilbao natal el nombre de Malagón, un pueblo del que procedían parte de mis raíces y cuyo castillo almohade, casualmente, fue tomado por Diego López de Haro II, señor de Vizcaya, un 20 de junio de 1212.
Los encuentros y la relación con aquella parte de la familia eran tan escasos que mi visión infantil lo convirtió en un lugar casi de leyenda.
Según me contaron, mi abuelo paterno había nacido allí y su segunda mujer también. El hombre, muy aficionado a cambiar de residencia, tuvo once hijos que nacieron en lugares totalmente diferentes y ninguno en aquellas tierras, razón por la que mi padre no las conocía mucho, aunque algo más a su gente que, en alguna ocasión incluso, llegaron a visitarnos.
Bastante después de que mi
abuelo muriera lo hizo su mujer y poco a poco nuestra exigua relación con la familia manchega terminó por desaparecer.
Los años pasaron pero de alguna manera Malagón seguía sonando en mis recuerdos.
Una tarde, cumplidos ya los 90, en una de esas débiles charlas que mi padre lograba mantener, me dijo que nunca había conocido a sus abuelos paternos.
- ¿Murieron antes de nacer tú? –le pregunté.
- No, qué va -me contestó.
- ¿Entonces? ¿Cómo es que...? –insistí sorprendida.
- No lo sé, no recuerdo bien -me dijo con cierta tristeza.
Su memoria empezaba ya a flaquear y por más que le preguntaba, él se limitaba a responder: ¡Qué sé yo! ¡No me acuerdo, hija! ¡Supongo que cosas de la vida...!
En los próximos meses iba a llegar una nueva Navidad y de pronto se me ocurrió que... tal vez... ¡Sí! Iría a buscar esa parte de su historia y todo lo que encontrase sería su regalo de Reyes.
Después de dos trenes y un taxi cuyo conductor ¡me puso al día de las últimas novedades del pueblo! (¡¿...?!) aterricé en sus calles a primeros de diciembre sin conocer a nadie, pero dispuesta a conseguir mi objetivo como fuera.
Busqué en el Ayuntamiento, en el cementerio -las fechas de las lápidas son una fuente de información muy útil-, en los libros de la iglesia... Pero sobre todo, puerta a puerta.
Un valioso 'boca a boca´ y una afectiva hospitalidad (después de la inicial y comprensible desconfianza mezclada con dosis de curiosidad, hacia una mujer-sola-que-hace-preguntas-saca fotos-y graba cosas, que-dice-ser-familia-de-los "...." (apodo del que supe entonces) y sobrina de Don ....) permitieron completar el trabajo con fantásticos resultados, lo que hizo que la experiencia se convirtiera en una de las más interesantes, divertidas y entrañables de mi vida.
Finalmente mis hallazgos se materializaron en un pequeño libro donde documentaba la rama familiar desde principios del siglo IXX, año 1820 para ser exactos, y mostraba el presente con fotos y un relato de mis búsquedas, hallazgos y anécdotas, sin dejar de mencionar a viejos parientes que le evocaron con sonrisas y le enviaban mensajes llenos de ternura y nostalgia.
Mi padre, nieto de Ángela y Santiago, lloró al recibir su regalo.
No recordaba, pero lloró mientras lo abrazaba.
Matié